Acepto
que te aturda mi diarrea verbal. Acepto que te aturda mi realidad. No la
comprendes porque yo tampoco lo consigo. Que no me encasilles en un modelo de
persona, yo tampoco sé hacerlo. Que te aturda mi pasado, sin saber ponerle un
adjetivo, tal vez poco común.
Pero no te puede aturdir mi concepción sobre las relaciones sentimentales, como
tú dices.
Es tan
sencillo que no puede resultar complejo:
Si me enamoro, me atan. Y tal vez mi condición no me lo permita. Hay quien lo
llamará miedo, algunos me mirarán con lástima por no saber querer. Sí, sé
querer. Tanto que no quiero volver a hacerlo. No me convence, creo que el amor
está sobrevalorado, por muy gregario que sea el ser humano. Sólo querré estar
con alguien cuando alguna persona me haga pensar que yo seré más feliz de lo
que soy ahora conmigo. No le cierro las puertas al amor-ya no-, pero aún no me
ha apetecido.
Te aturde la contrariedad de mi optimismo atado
a la esperanza verde bajo esa faceta fría en la que abrigo los temas del corazón.
Te lo dije, llevo la esperanza tatuada. Una araña la simboliza- culpa de Ángel
González y del primer muchacho que me hizo temblar el piso-. Pero esa araña
lleva la forma de una viuda negra, también.
Le
pongo a él una cruz en la frente y me entretengo buscándolo, jugando, tejiendo la
tela de araña en la que acabará siendo preso. Porque disfruto más en el
cortejo que en el premio.
Y nunca
miento. Las cartas sobre la mesa. Una es esclava de sus palabras y dueña de su
silencio.
Y nunca
duermo con él. Me marcho como vine y
“cuídate”, es mi despedida.
Si
ellos quieren amor, que no cuenten conmigo. Y que abran luego la ventana, yo
me marcho. De puntillas, volando raso.