8.4.13

Big Fish



"El pez más grande del río es así porque no se deja pescar".



En “Big Fish” dice una voz en off: “Cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para. Y es verdad”.

Yo no sé si es tan cierto. No recuerdo que el tiempo se parase cuando te conocí. En todo caso se perdió.

Claro, entonces puede que la frase sea cierta.




22.3.13

Sudo ante un croissant parisino

El reloj de enfrente marca las 08:00 AM.
Sin querer veo como uno de los inmensos croissants me mira y, lo peor de todo, se me acerca.

Sólo llevo un café en el cuerpo- absolutamente necesario para luchar contra el cansancio y no caerme de la bici - y sin embargo me da la sensación de que tiene más ganas de desayunar(me) él que yo.

-  Hola, llevo rato mirándote  y me gustaría tomarme una copa contigo- balbucea en un español tan memorizado como afrancesado.

A lo que yo, medio estrábica,  pienso-pasando primero la mirada por sus brazos de esteroides que no pueden acercarse más a su propio cuerpo- que si es cierto que lleva rato mirándome, se habrá dado cuenta de que llevo treinta y dos minutos sobre la cinta de correr y que tengo problemas para respirar y que tal vez, pero sólo tal vez, no sea el mejor momento para mantener una conversación.

Voy en bambas. Visto un pantalón de deporte. Corto. De chico. Una camiseta talla L de propaganda. Sin maquillar. Me tropiezo con mis propias ojeras.  Llevo un moño mareado y, por si alguien lo dudaba, sudo. Apuesto  a que ahora soy la cosa menos sexy de todo París.

No le contesto por miedo a que al hacerlo, ahogada,  se me escape el corazón por la boca y nos encontremos con un tremendísimo malentendido. 

Visto lo visto, el sábado noche  cuando salga a cenar, repito este mismo look. Mucho más cómodo, oiga.   Al cuerno con los tacones de vértigo y el rouge rojo-puñetazo.

16.2.13

Liaisons





Mi firma es una ese mareada. Una ese de carretera de alta montaña.
La ese de mis dos apellidos refleja lo que soy y de dónde vengo. El garabato que la ronda y subraya supongo, es obra de mi inconsciente.  O todo lo contrario, desvela la manera consciente en la que decido cómo vivirla. La ese, lo que soy: pa’llá, pa’cá.
Y finaliza-mi firma- con un punto.
¡Y  ese punto consta hoy en un contrato laboral!  Estoque, pero no puntilla, porque no será el último, lo aseguro.  Punto que sella mi firma aquí y me  asegura un futuro inmediato, apartando piedras.  Un punto enanito, enanito…
Enanito, como el que siempre llega trocando lo sucio en oro, como el de la canción que adjunto. Ese que  nunca me abandona… Creo que vela por mí, siempre acompaña de la mano a mi araña. Ella tejiendo y él reparando. Brilla tanto que a veces incluso lo confunden con una estrella. No señala el norte… pero sí el porvenir.

Así que aplaudo. El pato, la araña, el enanito y yo nos volcamos en un saint-honoré para celebrarlo. Entre risas me felicitan y brindamos con fresas.

12.2.13

Balance

Mi yo parisino, el pato y la araña, convocados en la sala de reuniones. Tema a tratar: balance mes I en la ciudad de las luces. 

Acta de reunión: 
Luces, pocas. O como mínimo tamizadas. 
Sigamos:
El pato corre decapitado por la sala de un restaurante italiano. De momento le basta pero se plantea un cambio inminente. No se entera en francés. Nada de estabilidad y demasiadas horas. Oiga, a falta de pan buenas son tortas, pero quiere más. El pato sólo puede pelear. Antes de que lo pelen, ffffua. Y lo hagan foie. 




La araña esperanzada anda enredándose en su propia tela. El pato la entiende, con dos patas ya se lía el muy patoso, cómo no hacerlo con ocho. Ella sigue tejiendo, en busca del sueño. Que es lo que tiene que hacer, sólo puede soñar.

La yo parisina, en vestidos y leggins, con sonrisa dibujada y ojos de gata shrekianos como únicas herramientas para ser aceptada en cualquier ámbito, clausura la breve reunión: Todo marcha en popa y a toda vela. Le basta con eso: pasaporte para un sueño por el que luchar. Es mi vida, no quiero cambiar, concluye.
A sus puestos entonces: Bailemos.





6.2.13

Insouciance


Acepto que te aturda mi diarrea verbal. Acepto que te aturda mi realidad. No la comprendes porque yo tampoco lo consigo. Que no me encasilles en un modelo de persona, yo tampoco sé hacerlo. Que te aturda mi pasado, sin saber ponerle un adjetivo, tal vez poco común.
Pero no te puede aturdir mi concepción sobre las relaciones sentimentales, como tú dices.
Es tan sencillo que no puede resultar complejo:
Si me enamoro, me atan. Y tal vez mi condición no me lo permita. Hay quien lo llamará miedo, algunos me mirarán con lástima por no saber querer. Sí, sé querer. Tanto que no quiero volver a hacerlo. No me convence, creo que el amor está sobrevalorado, por muy gregario que sea el ser humano. Sólo querré estar con alguien cuando alguna persona me haga pensar que yo seré más feliz de lo que soy ahora conmigo. No le cierro las puertas al amor-ya no-, pero aún no me ha apetecido.
Te  aturde la contrariedad de mi optimismo atado a la esperanza verde bajo esa faceta fría en la que abrigo  los temas del corazón.
Te lo dije, llevo la esperanza tatuada. Una araña la simboliza- culpa de Ángel González y del primer muchacho que me hizo temblar el piso-. Pero esa araña lleva la forma de una viuda negra, también.
Le pongo a él una cruz en la frente y me entretengo buscándolo, jugando, tejiendo la tela de araña en la que acabará siendo preso. Porque disfruto más en el cortejo que en el premio.
Y nunca miento. Las cartas sobre la mesa. Una es esclava de sus palabras y dueña de su silencio.
Y nunca duermo con él. Me marcho como vine y  “cuídate”, es mi despedida.

Si ellos quieren amor, que no cuenten conmigo. Y que abran luego la ventana, yo me  marcho. De puntillas, volando raso.